A lo largo del primer trimestre, con los alumnos de Griego II, hemos estudiado diferentes regímenes políticos. Nos hemos centrado en un texto traducido de Heródoto, para comprender el establecimiento de un régimen en Atenas, en el que el pueblo es el principal protagonista. En concreto, Heródoto, Historias, III, 80, donde se encuentra uno de los primeros debates constitucionales de Occidente.
Heródoto reconstruye un debate imaginario entre distintos partidarios a instaurar diferentes regímenes políticos en Persia. Otanes, Megabizo y Darío defienden, respectivamente, la democracia, la oligarquía y la monarquía como el óptimo para su país.
Al revisar el original, escuchamos los argumentos del defensor de la democracia, Otanes: en primer lugar, un pueblo que gobierna tiene el nombre más hermoso de todos, isonomía; en segundo lugar, el monarca no hace ninguna de esas cosas: establece los cargos por sorteo, ostenta un poder supervisado y todas las decisiones las lleva a la comunidad. Defiendo la opinión de que nosotros rechazamos la monarquía y exaltamos el pueblo: pues todo radica en la mayoría. (Heródoto, Historias, III, 80).
Isonomía lo podríamos traducir como “igualdad ante la ley”. Esta igualdad de derechos, de deberes, se ejemplifica en tres aspectos, totalmente opuestos al poder ejercido en solitario y que son la base del sistema democrático que defiende Otanes: los cargos –municipales, judiciales, económicos…- se establecen por sorteo; esos cargos son susceptibles de supervisión; las decisiones se toman por mayoría.
Me parece interesante reflexionar sobre lo que se ha denominado la reforma hoplítica, o sea, el nacimiento de un sentimiento de igualdad, de necesidad del igual, puesto que la formación de ataque que adoptaba la infantería pesada ateniense implicaba que la vida de cada hoplita dependía del escudo de quien tenía colocado a su derecha, que protegía su costado.
Es precisamente la asunción de un papel igual en la defensa de la ciudad, la asunción de una tarea en términos de igualdad real de peligro y de compañerismo, lo que propicia la defensa de la corresponsabilidad en el gobierno de los asuntos de la polis.
La democracia ateniense se sustenta en el equilibrio entre el reparto aleatorio de ciertos cargos, la designación por elección de otros, el carácter anual de estas designaciones, el equilibrio también con el poder aristocrático encarnado principalmente en el Areópago (consejo de ex-arcontes) y el recurso al ostracismo (destierro político) para alejar a aquellos ciudadanos que comenten excesos en su cargo.
Reflexionemos sobre nuestra experiencia como “Estado democrático”: listas cerradas, sistema piramidal en los partidos políticos, ausencia de separación de poderes, cuasi monopolio de los poderes fácticos, ausencia de control judicial sobre los gobernantes,…
Todo ello nos retrotrae a un sistema oligárquico, en el que el demos (el conjunto de los ciudadanos) no ejerce ni influye en el desempeño real del poder legislativo, ni ejecutivo, ni judicial.
El incipiente poder económico ateniense estaba representado en las clases aristocráticas que influían en la toma de decisiones derivada de su influencia en los distintos cargos asumidos y en las decisiones adoptadas por el Areópago.
El problema actual es que la clase oligárquica no es nacional, sino que se sustrae a toda norma estatal. Estamos asistiendo a la claudicación del poder político no democrático en las oligarquías económicas supranacionales.
¿Quién ha autorizado a nuestro presidente de Gobierno a comprometer 25 billones de las antiguas pesetas para reflotar los excesos de entidades financieras privadas?
¿Es representativo, en términos democráticos, que el jefe del Estado, el presidente del Gobierno y el Ministro de Exteriores, defiendan públicamente el gasto de 20 millones de euros en una obra artística cuando son centenas de miles los ciudadanos que han perdido el empleo y están abocados a una situación económica desesperada?
¿Estamos los ciudadanos de cada país, hombro con hombro como los hoplitas, contribuyendo al bien común o sólo al de una casta supranacional financiera que estrangula a los gobiernos oligárquicos?
¿Podemos soportar con nuestras penurias el despilfarro de las élites, instaladas en un sistema no democrático? ¿Habrá algún Solón que nos libere de nuestras deudas y esclavitud, instaurando un nuevo régimen?
Sesudos economistas ya hablan de la quiebra en la confianza como causa del desplome de las distintas bolsas internacionales.
Heródoto reconstruye un debate imaginario entre distintos partidarios a instaurar diferentes regímenes políticos en Persia. Otanes, Megabizo y Darío defienden, respectivamente, la democracia, la oligarquía y la monarquía como el óptimo para su país.
Al revisar el original, escuchamos los argumentos del defensor de la democracia, Otanes: en primer lugar, un pueblo que gobierna tiene el nombre más hermoso de todos, isonomía; en segundo lugar, el monarca no hace ninguna de esas cosas: establece los cargos por sorteo, ostenta un poder supervisado y todas las decisiones las lleva a la comunidad. Defiendo la opinión de que nosotros rechazamos la monarquía y exaltamos el pueblo: pues todo radica en la mayoría. (Heródoto, Historias, III, 80).
Isonomía lo podríamos traducir como “igualdad ante la ley”. Esta igualdad de derechos, de deberes, se ejemplifica en tres aspectos, totalmente opuestos al poder ejercido en solitario y que son la base del sistema democrático que defiende Otanes: los cargos –municipales, judiciales, económicos…- se establecen por sorteo; esos cargos son susceptibles de supervisión; las decisiones se toman por mayoría.
Me parece interesante reflexionar sobre lo que se ha denominado la reforma hoplítica, o sea, el nacimiento de un sentimiento de igualdad, de necesidad del igual, puesto que la formación de ataque que adoptaba la infantería pesada ateniense implicaba que la vida de cada hoplita dependía del escudo de quien tenía colocado a su derecha, que protegía su costado.
Es precisamente la asunción de un papel igual en la defensa de la ciudad, la asunción de una tarea en términos de igualdad real de peligro y de compañerismo, lo que propicia la defensa de la corresponsabilidad en el gobierno de los asuntos de la polis.
La democracia ateniense se sustenta en el equilibrio entre el reparto aleatorio de ciertos cargos, la designación por elección de otros, el carácter anual de estas designaciones, el equilibrio también con el poder aristocrático encarnado principalmente en el Areópago (consejo de ex-arcontes) y el recurso al ostracismo (destierro político) para alejar a aquellos ciudadanos que comenten excesos en su cargo.
Reflexionemos sobre nuestra experiencia como “Estado democrático”: listas cerradas, sistema piramidal en los partidos políticos, ausencia de separación de poderes, cuasi monopolio de los poderes fácticos, ausencia de control judicial sobre los gobernantes,…
Todo ello nos retrotrae a un sistema oligárquico, en el que el demos (el conjunto de los ciudadanos) no ejerce ni influye en el desempeño real del poder legislativo, ni ejecutivo, ni judicial.
El incipiente poder económico ateniense estaba representado en las clases aristocráticas que influían en la toma de decisiones derivada de su influencia en los distintos cargos asumidos y en las decisiones adoptadas por el Areópago.
El problema actual es que la clase oligárquica no es nacional, sino que se sustrae a toda norma estatal. Estamos asistiendo a la claudicación del poder político no democrático en las oligarquías económicas supranacionales.
¿Quién ha autorizado a nuestro presidente de Gobierno a comprometer 25 billones de las antiguas pesetas para reflotar los excesos de entidades financieras privadas?
¿Es representativo, en términos democráticos, que el jefe del Estado, el presidente del Gobierno y el Ministro de Exteriores, defiendan públicamente el gasto de 20 millones de euros en una obra artística cuando son centenas de miles los ciudadanos que han perdido el empleo y están abocados a una situación económica desesperada?
¿Estamos los ciudadanos de cada país, hombro con hombro como los hoplitas, contribuyendo al bien común o sólo al de una casta supranacional financiera que estrangula a los gobiernos oligárquicos?
¿Podemos soportar con nuestras penurias el despilfarro de las élites, instaladas en un sistema no democrático? ¿Habrá algún Solón que nos libere de nuestras deudas y esclavitud, instaurando un nuevo régimen?
Sesudos economistas ya hablan de la quiebra en la confianza como causa del desplome de las distintas bolsas internacionales.
Creo que esa desconfianza, efectivamente, se nutre de la ausencia de una democracia real, de participación y corresponsabilidad de los ciudadanos en la toma de decisiones, al modo ateniense del siglo V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario