(...César...) fue apresado en las inmediaciones de la isla de Farmacusa por los piratas que por aquel entonces ya infestaban el mar con grandes escuadras e innumerables embarcaciones.
Pues bien, como en un primer momento los piratas le pidieran veinte talentos por su rescate, él se echó a reír diciéndoles que no sabían a quién habían hecho prisionero y prometió darles cincuenta. (...) Durante treinta y ocho días estuvo compartiendo sus juegos y ejercicios con toda libertad, como si en vez de custodiar a un prisionero estuvieran escoltándole; (...) y entre risas les amenazaba muchas veces con hacerles colgar; ellos disfrutaban con él y atribuían tal franqueza a la ingenuidad y jovialidad.
Una vez llegado el rescate de Mileto y él quedado en libertad con su entrega, inmediatamente equipó unos navíos y zarpó del puerto de Mileto al encuentro de los piratas; les sorprendió todavía ancladas en la isla y apresó a la mayoría de ellos. Saqueó sus reversas de dinero, hizo encarcelar a los hombres de Pérgamo y él marchó en persona ante el gobernador de Asia, Junco, pues a él correspondía en tanto que pretor el castigo a los cautivos. Cuando Junco, lanzando una mirada de codicia al dinero (que era abundante), dijo que estudiaría despacio el caso de los prisioneros, César se despidió de él marchó a Pérgamo y sacando a los piratas de la cárcel los hizo sacrificar a todos, como les había anunciado muchas veces en la isla, aparentemente en broma.
1 comentario:
"No queria...de ningún modo molestatos al dirigitos esta lletras!"...
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